Abogados peruanos en las Cortes de Cádiz
Elizabeth Hernández García.
Historiadora Universidad de Piura
En la época virreinal, la educación superior era un privilegio –que no un derecho– al que accedía una selecta minoría culta y privilegiada. Los estudiantes se decantaban, predominantemente, por la abogacía. Doctores en Leyes (Derecho Civil) y en Cánones (Derecho Eclesiástico).
Egresaban de las universidades virreinales, dejando así la puerta abierta a una futura vida sacerdotal en caso se inclinaran más adelante hacia ella. El abogado era una pieza clave en la sociedad, era respetado y era considerado "noble".
En un mundo mayormente iletrado, los abogados eran los que sabían leyes, los que podían solucionar conflictos, los que estaban más enterados de las cosas que acontecían.
Esta posición era suficiente para elevarse sobre el común de la población. Además, de entre ellos se elegía a los altos funcionarios, como afirman los documentos de la época: "los letrados, según sus méritos, ascienden hasta Presidentes, primeros ministros, Consejeros y demás que administran justicia."
Si bien los referentes de la élite eran, en esencia, la nobleza de cuna y el poder económico, la carrera de abogado "ennoblecía" en sí misma, asunto comprensible en una sociedad caracterizada por la desigualdad socio-económica y política.
Los abogados se sabían superiores, por costumbre, por cultura, por tradición y porque la propia legislación de la metrópoli así lo establecía.
El "Resumen de los privilegios de los abogados españoles" (1764) nos deja, entre cientos más, una afirmación muy ilustrativa: "que los abogados se llaman "Sacerdotes en lo Temporal". Esto significa que se les está equiparando a los ministros del altar. Tamaña consideración no tenía otra carrera.
En 1809, desde la metrópoli, se convocó a diputados de uno y otro lado del Atlántico, autorizados por sus cabildos para sesionar en Cádiz. Fueron abogados los elegidos.
Nombres como Francisco Salazar (Lima), Antonio Sánchez Navarrete (Piura), Tadeo Gárate (Puno), Mariano Rivero (Arequipa) y Pedro García Coronel (Trujillo), recuerdan la importancia que los abogados tenían en su entorno. Se les veía como los más idóneos para hablar en nombre de las vecindades peruanas.
También entre los suplentes por el Perú se hallaban abogados, como Vicente Morales Duárez (Lima) y el capellán de Fernando VII, Blas Ostolaza (Trujillo). Así, los doctores en Leyes y en Cánones, sacerdotes o no, representaron al Perú en Cádiz todo un lustro. Formaron parte de los debates y muchos firmaron la Constitución de 1812, la primera de España y de América Hispana, cuyo bicentenario conmemoramos este 2012.
Si la educación superior fue una estrategia para ser incluido entre la "nobleza del lugar", en el período gaditano se vio, con mucha claridad, que la inversión de las élites en la formación de sus hijos había dado buenos resultados. Los abogados fueron los protagonistas de estos años. En el siguiente período, el de la independencia, ellos también escribirán parte de nuestra historia.
Fuente: EL PERUANO
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